jueves, 18 de febrero de 2010

La danza del ZAR egipcio...



Alta, delgada, se irguió, las manos en la nuca.


Cuando evoco esa belleza, mi corazón tiene un palpitar que me ahoga.


Había bailado algunos de los bailes de su tribu: la danza del Sol, que es una danza vertiginosa; la danza de la luna, que es una danza mesurada , y la danza de la Muerte, que es una danza inmóvil. Pero aún no había bailado la danza del Amor.


El Sol, con su cortejo de alegrías; la Luna, con su cortejo de melancolía, y la Muerte, con su cortejo de dolores, habían bailado ante nosotros. El Amor esperaba que hubiéramos deshojado todas las rosas sobre el tapiz de su celebrante.


Dos niños la habían despojado de sus velos, y ella, con un gesto, había despedido a los músicos.


Bailó primero con los ojos y con sus párpados, alados de pestañas. ¡Entre sus dos manos, su cabeza pesaba un mundo!


Por último, su rostro se iluminó, dio tres pasos, su cuerpo arqueado, las manos abiertas, en un gesto de resulución apasionada.


Y de repente, se enderezó y nos dedicó sus manos, que habían aprisionado el perfue de las rosas.










***










Poema árabe anónimo extraído de El Jardín de las caricias, un maravilloso libro publicado por la colección Visor de poesía en el año 1979, con traducción de Enrique Fernández Latour y con prólogo de Luis Antonio de Villena. La fotografía recoge un momento del ZAR egipico, una danza catártica con la que se pretende exorzizar los malos espíritus. Esta danna se ejecuta sólo con violentos y frenéticos movimientos de cabeza, hasta convertir el cabello en un látigo capaz de golpear el aire hasta dejarlo limpio de emociones negativas. Las mujeres que la contemplan acompañan el agitado esplendor de la bailarina golpeando con las manos o con zaghareets, que vienen a ser unos sonidos silbantes que las mujeres obtienen batiendo sus lenguas al viento de forma desmedida. Esta danza está prohibida por la ley islámica.