Hoy, mi sabia y buena
amiga Myriam Iturra Ampuero ha
dejado sobre la mesita de noche de un amanecer mojado esta fotografía que Fran Byrne
robó a los dioses de Irlanda.
Su visión me ha conmovido profundamente.
De un modo largamente inesperado, ha arrastrado mis ojos a los momentos finales
de esa gran película que fue Gladiator; a esos instantes precisos en los que el
protagonista flota sobre los trigales de Enya mientras siente cómo poco a poco
y uno tras otro se van cortando los hilos invisibles que le sujetan al mundo. Y
de pronto, con unos destellos de suavidad infinita, el que fluye sobre el aire y los trigales hermosos y feraces comienza a recorrer un camino de vuelta hacia
todo cuanto importa:
Hacia el "hogar" que nunca pudo ni quiso
abandonar.
Hacia esa habitación secreta del corazón en que habitó lo único que realmente le importaba de su
vida.
Hacia todo aquello, -¡sí, sí, sí!- que lo estaba esperando al otro lado, y que
corría gozoso a su encuentro sobre las piernas de un pequeño muchacho de negra
y nerviosa cabellera.
Su propio
paraíso ...
Esta visión merecía formar
parte de las que, poco a poco, van
llenado las páginas del Libro de las puertas del cielo, cuyos
umbrales quien quiera puede atravesar en este instante con sólo abrir esa
cubierta oscura que luce el color de la tierra mojada.
1 comentario:
Gracias Carlos, por traerla, realmente es una foto insuperable, que despierta muchas sensaciones y tienes mucha razón en que retrotrae a esa escena de El Gladiador. Cuando el protagonista de algún modo regresa a casa, a esa España querida.
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